Ayer M. (un alumno adolescente) me soltó, a quemarropa la pregunta que da título a esta entrada: “¿Por qué es bueno escribir?”. No sé si alguien más lúcido le hubiera podido responder con la precisión que obligaba el disponer tan solo de dos o tres minutos para la contestación. Yo, desde luego, me vi incapaz. Pero como huir es de cobardes, improvisé una huida a medias, que es algo menos cobarde y, con lo que los menos lúcidos tenemos que conformarnos cuando necesitamos meditar con tiempo las respuestas que nos importan: “hablaremos sobre esto en otra ocasión.”
La penúltima decisión que he tomado sobre la respuesta que quiero darle ha sido la de escribir este artículo. La última ha sido no recurrir a ningún ensayista, articulista o web de citas célebres que me sirva de muleta para avanzar en la escritura. Por tanto, estoy seguro de que lo que voy a escribir estará mejor dicho y –sobre todo– sintetizado por muchos grandes autores, algunos de los cuáles habré leído y admiro. Aunque no es posible “desprenderme” de ellos de forma radical –ya que soy como soy y pienso como pienso por lo que he leído– sí he preferido dar un tono más personal a esta respuesta. De modo que, allá va:
Lo primero que se me ocurre decir es que escribir es una forma de fijar el pensamiento, y dada la licuosa –tirando a gaseosa– sociedad posmoderna que se nos está quedando, esto no me parece asunto pequeño. Las ideas van y vienen, se nos ocurren y, si no las atrapamos, huyen. Lo escrito permanece y, cuando escribimos, se resisten a largarse. Las ideas que recogimos como pordioseras sin hogar encuentran habitáculo confortable en nuestro espíritu cuando las escribimos y hacemos el esfuerzo de ordenarlas y adecentarlas para presentarlas a ojos propios y ajenos. Aquí, claro, el ornatus –la ortografía, la gramática, la retórica…– juega un papel esencial. Atrapar, rumiar, masticar, inhabitar, adecentar, pulir, entretejer… todos ellos verbos y todos ellos pugnando por ser el que mejor define el hecho de la escritura, sin saber que todos ellos son verdad y que ninguno dice menos que otro.
Claro que una cosa es escribir y otra, muy distinta, es publicar. Para publicar no vale todo el mundo. Para empezar hay que tener algo que decir, no necesariamente novedoso –¿puede serlo a estas alturas?–, pero sí original en la forma. Además, creo que hay que poseer un poderoso dominio de la técnica, saber lo que han hecho los mejores (para eso leer, claro) y sobre todo, corregir y tirar a la basura muchos borradores. Publicar es elitista. O al menos, pienso que si lo fuera, nos ahorraríamos esta burbuja literaria que atiborra estantes de librerías de literatura mediocre y, seguramente, esté dejando fuera autores mucho más talentosos.
Pero escribir es escribir y publicar es publicar. Escribir no es elitista, afortunadamente, sino que es absolutamente democrático. No hace falta que todo lo que uno escriba sea “publicable”. Uno ha de esforzarse por exprimir su cerebro en busca de la palabra, la expresión, la imagen precisa que consiga definir con más exactitud la idea. Nada más. No hace falta componer grandes sinfonías; a veces basta con salir a la calle con tu acordeón y comenzar a interpretar. Y esto último es mucho mejor que quedarse en casa preguntándose qué habría que hacer para lograr ser un gran músico.
Las consecuencias prácticas de lanzarse a escribir existen: el pensamiento se estructura, se aprehenden las ideas y le dejan a uno poso de forma mucho más permanente. Se desenmaraña la madeja de ideas buenas, se desechan las no tan buenas y se clarifican las posturas sobre los asuntos que uno tiene en la cabeza. Además, si tantos antes que nosotros, no hubieran escrito ¿cómo podríamos heredar todo el conocimiento que adquirieron sobre el mundo? La raza humana no avanzaría y cada generación se vería obligada a empezar de nuevo a conocer.
Otro tema distinto es qué escribir. Puede ser un blog, un diario, una novela, relatos cortos, poesía… Supongo que cada cual ha de buscar el medio en el que esté más cómodo. En cualquier caso, todo escritor ha sido lector. No me resisto, aunque he dicho que no iba a hacerlo, a aludir a algo que decía Borges. La cita no es textual, pero él afirmaba que estaba más orgulloso de lo que había leído que de lo que había escrito. Leer, leer y leer. Desentrañar las voces narrativas, los secretos de la prosa, la delicada cadencia de los ritmos, contemplar las imágenes que pueblan la prosa y el verso en la literatura… y, después, buscar una voz propia. No escribir las frases de otro. O al menos, tratar de evitarlo.
Por tanto escribir para fijar; escribir para pensar; escribir para conocerse; escribir como necesidad; escribir para gobernar la realidad que me rodea, para plasmar el pensamiento, y dominar las palabras… No se me ocurren más motivos, aunque no me parecen pocos, teniendo en cuenta que esto no es más que un texto escrito a vuelapluma y que solo pretende ser una forma de ganar tiempo y perfilar mejor una respuesta a un alumno que, de haber sido inmediata, habría sido –me parece– bastante más incompleta.
[…] “¿Por qué es bueno escribir?” […]