Hace unos días, una pareja joven me preguntó mi opinión sobre el hecho de que vivieran juntos antes del matrimonio. Se sorprendieron de que mi respuesta fuera solamente una palabra: “paradójico”.
De nuevo, con el único afán de poner en orden mis pensamientos, trataré de explicarme: El amor es arriesgado de por sí. Es sacarse el corazón, ponerlo en las manos del otro y decirle “confío, pase lo que pase, suceda lo que suceda.” La fórmula del matrimonio en la que se dice “en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad etc.” es una forma de verbalizar la incondicionalidad.
El hecho de convivir antes del matrimonio puede tener varias motivos, pero muchas veces es un “por si acaso”. Una manera de ponerse a prueba. “Precisamente –dirán algunos– como va a ser incondicional, prefiero saber con quién me juego los cuartos.” Sin embargo, a mí me resulta paradójico que si la meta es la incondicionalidad, se parta de una necesidad de acumular seguridades. El amor es riesgo o no es amor. Querer asegurarse un largo catálogo de certezas es–a mi juicio– una pobre manera de empezar un matrimonio, porque las situaciones de fragilidad, de riesgo, de tener un pie en el aire y tener que confiar ciegamente van a llegar… ¿entonces? ¿Qué pasará cuando las certezas y las seguridades no aparezcan, no sean posibles?¿Estaréis entrenados para avanzar a ciegas?¿Podrá llegar a ser incondicional aquello que empezó con condiciones?
La vida es rica en matices y situaciones. La competición real supera a las infinitas situaciones que puede recrear un entrenamiento. El campo de tiro con armas de fogueo se parece al fuego real… pero no es el campo de batalla. Cuando los años pasen y lleguen situaciones nuevas, que exijan el todo por el todo, y para los que los años de convivencia juntos no te han preparado… ¿Qué harás?¿Paralizarte?… ¿Echarás la culpa al pasado, exigiéndole “haberte avisado” de algo que no habías calculado?
Las certezas son exigidas por el miedo al dolor a ser defraudados; pero es precisamente el riesgo de ser defraudados por el otro lo que se pone encima de la mesa; lo que se entrega: arriesgar el todo por el todo, hasta el salir perdiendo, por la otra persona. Es un salto en el vacío.
Parece razonable pensar que entonar un Sí incondicional –que abarque otros muchos síes; un Sí que incluya los riesgos y las situaciones difíciles– sea la mejor forma de plantar cara a todo lo que venga después, porque es un Sí que se sitúa muy por encima de cualquier otra cosa. Y eso, es lo que más seguridad puede dar.