Jinetes de luz

Decir que “cualquier tiempo pasado fue mejor” manifiesta, por un lado, una enorme ignorancia histórica y, por otro, una paradójica desesperanza, pues por mucho que se avance en el tiempo, siempre el Ayer será mejor que el Hoy. Es en ese presente donde sería preciso luchar por un futuro que acabará por ser presente, convirtiéndose, a su vez, en una realidad peor que el pasado que se dejó.

Por tanto, no creo que cualquier tiempo pasado fuese mejor, pero el horizonte empieza a volverse algo irrespirable: el mundo político llega al colmo de la contradicción, cuando no se afinca en perpetuar divisiones que –tengo comprobado– en la calle no son tan acentuadas. Lo económico se desploma, y los flamantes graduados en económicas, con másteres de postín en escuelas de negocios, no aciertan a recordar la asignatura en la que se abordaban las instrucciones para frenar una pandemia mundial. Parece que el mundo vuelve a empeñarse en bloquearse en bloques. Y la educación, y lo social, y los odios nuevos y rencores viejos…

Y es en este presente incierto, cuando Terrence Malick nos devuelve la vida de Franz Jägerstätter y nos recuerda que hubo tiempos recientes mucho más aciagos que vertebraron el mundo y que en el corazón de la galerna, cuando la sombra parecía adueñarse del mundo y de la humanidad, surgieron resplandecientes, como un faro en alta mar, las vidas ocultas: la llama alimentada en lo escondido que, cuando ya no quedan luces de bengala a las que ciegamente perseguir, son guía de los hombres de su tiempo y de los venideros. El nazismo, que pretendía conquistar el mundo con tanques y munición, se encontró con un granjero austriaco que heredó la tierra a golpe de mansedumbre. Un nuevo hombre para la eternidad.

Desconocemos la magnitud de la tiniebla. Quizá no adopte la forma salvaje y descarnada del siglo pasado, pero no por ello deja de ser oscuridad; y la oscuridad no se combate con misiles ideológicos o dando espadazos y mandobles a las sombras. Eso no funcionará, y si se consigue, será perecedero. Recuperando un verso de Julio Martínez Mesanza, la victoria final se logrará en lo escondido del corazón, y luchando, cada uno, por ser “jinete de luz en la hora oscura.”

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